
Hubo un gran incendio en el piso número 15 de un gran edificio. Todos miraban atónicos al gran espectáculo, impotentes ante tanta tragedia, sin saber qué podían hacer para ayudar. Un chico de 12 años, hábil en las técnicas de escalada, acompañado de su propio coraje y el deber que todo scout debe cumplir una buena acción diaria, se decidió a escalar la torre de pisos y logró salvar la vida de una chica de 2 años de edad, quien cogió con destreza y la sacó del infierno de las llamas. Para cuando los bomberos llegaran, el chico junto a bebé, ya estaban a salvo.
Todo pasó, los bomberos lograron salvar muchas más vidas.
A la semana siguiente, las autoridades, con el Alcalde al frente y el párroco de la ciudad, convocaron una reunión para premiar a los héroes de la azaña, entre los que se encontraba el chico Scout.
Fueron nombrando a cada uno de los bomberos y entregando medallas en señal de recompensa y agradecimiento a su acción heróica. LLegó el turno del chico. Y cuando el Alcalde iba a colocar su medalla en el pecho, el chico dijo: Gracias por el reconocimiento, pero para mí no hay medalla más grande que haber visto cumplir mi obligación como Scout. El reconocimiento me lo hago yo mismo, en el deber de mis funciones, no solo como Scout, sino como ser humano que ve en los demás que son parte de mi mismo. No puedo aceptar este galardón, porque degrado a mí mayor trofeo que es la Flor de Lis (símbolo de los Boy Scouts Mundial).
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